Historias de Bicicleta

Ayer salí en bicicleta, lo que siempre es un riesgo, no por los posibles atropellos ni caídas sino por la eterna de pregunta: ¿dónde voy a dejar la bici?

Yo no he sido ciclista furiosa ni nada por el estilo, hace unos meses empecé a tomarle más cariño a mi bike, y, sin embargo, apenas me subo a la cleta mi agresividad se pone en acción. Las bicicletas son bonitas en teoría, en los libros de los niños, en las propagandas ecológicas, pero en Santiago, son una incomodidad, una escoria que se vuelve tal, especialmente, al momento de estacionarla. Es como el sketch de Seinfeld, que hablaba del pelo. El pelo, mientras está en tu cabeza es lindo, choro, el corte, etc. pero el minuto en que un pelo se cae del cuerpo se vuelve un pelo, algo detestable, grosero. En cuanto a las bicicletas, hay mejoras, hay más ciclovías, etc. Pero cuando Labbé les saca un parte a un taller de bicicletas por un mural, creo que estamos hablando de discriminación. ¿Cuáles son las opciones? Comprarse un auto, el que puede, pagando cientos de miles de pesos entre estacionamientos, carreteras, “ingenieros del tránsito”, patentes, seguros, etc. y, de paso, congestionar más la ciudad o subirse al martirio que es el Transantiago, asfixiante, oloroso y, caro, por lo demás. Entonces la bicicleta es la mejor opción, cuando las condiciones están, pero para salir en ella hay que estar dispuesto a pelear, furioso, a veces.

Finalmente salí, en bici, a un ensayo y luego al teatro. Mi amiga, María José, me había invitado al estreno de “Las Brujas de Salem” en el Teatro UC y gracias a la amabilidad del personal de la pontificia, pude estacionar la bicicleta en el estacionamiento de la administración del teatro sin problema. El problema vino después, cuando, al terminar el cóctel, nos fuimos al Boulevard Plaza Ñuñoa.

El Boulevard Plaza Ñuñoa, el Patio Bellavista, nuestros simulacros nacionales de espacio público, que nos crean un mall al aire libre donde podemos caminar sin cuidado porque los sistemas de control y seguridad no dejan que cualquiera entre a estos sitios, incluyendo mi bicicleta. Tampoco es casual que sea este un sitio de restoranes y de estacionamiento, el proyecto se titula “Estacionamientos y Boulevard Plaza Ñuñoa”. Nos sentamos. Yo, con la mayor rapidez posible, amarré la bici a un quitasol, antes de que llegaran las autoridades. Después de 20 minutos llegaron. Un guardia se acerca a mi, “¿Está bicicleta es suya?”, “No.”, contesté, y me di vuelta.

Después  de un rato volvió y le preguntó a mi amiga, me volvió a preguntar a mi. Después, la manager, una señora baja vestida en los colores del boulevard. Al negar nuevamente la bicicleta, escuchamos sus voces amenazantes “vamos a tener que cortar la cadena”. Un actor de la obra me pidió que, por qué no la iba a amarrar a otro lado, que me iban a cortar la cadena. Pero yo no tengo una cadena. Yo tengo una Kryptonite, esas con forma de U. “Que vengan a cortar la cadena.” Ya los quería ver interrumpiendo el bienestar del bulevar con una maquinaria pesada.

Finalmente, después de todo su show, no intentaron si quiera romper la cadena y no volvieron más a nuestra mesa. Debo decir que, por mucho que quisiera hacerme la shora, me mantuve todo el tiempo en el bar en estado de flee or fight. Por suerte, andaba con una mesa de actores reconocidos de la escena nacional que apoyaban mi causa y cuando llegó la hora de irnos le pedí al Pablo, pololo de mi amiga y actor de la obra, que por favor sacar él la bicicleta. Pablo no podía estar más contento de ir en contra de las reglas del establecimiento. Cuando nos fuimos y sacó la bicicleta, se nos acercó nuevamente el guardia para contarnos que no se podían dejar bicicletas en ese lugar. Luego la manager de baja estatura, también se nos volvió a acercar. Para decirle, a Pablo, que estaba en contra del reglamento del Boulevard dejar bicicletas en esos espacios y que habían lugares más adecuados para dejar las bicicletas. Si esto es verdad, no entiendo por qué no empezaron por eso, en vez del tono de interrogatorio. En fin, ya, alejada la señora, tomé la bici y me despedí de mis amigos para volver a casa.

¿Hicimos un escándalo innecesario cuando podríamos haber dialogado con las autoridades comerciales?

No sé, a lo mejor es cierto que tenían un lugar con aire acondicionado y vigilancia 24horas para bicicletas. Lo dudo.

Lo que sé es que Santiago crece, la mayoría debe cruzar por los mismos puntos estratégicos a diario que se congestionan sin parar. Como dice mi padre en relación a los tacos: “ya no existen los Sábados”. Y las bicicletas ofrecen una alternativa óptima, costo cero, contaminación cero, ejercicio para las crecientes tasas de obesidad. Respetémoslas, más y mejores bicicleteros para la ciudad.

Porque a mi no me gusta pelearme con guardias de seguridad.

día #3

Publicado por camila le-bert

Playwright and Actor Chilean and American living in Santiago, Chile

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